El pasado 25 de Noviembre, en al Santuario de Rio Blanco, se realizo el retiro destinado a todos los interesados en adentrarse en el mundo de la Evangelización a través de los distintos medios de comunicación.
El Padre Germán Maccagno guio la jornada a través de la meditación del Evangelio de «La Anunciación» (Lc 1, 26-38) como eje central:
¿Qué mensaje recibe María? ¿Cómo reacciona? ¿Cómo responde?
Desde esta perspectiva el objetivo del retiro era adentrarnos en la espiritualidad del comunicador, en buscar profundizar en los valores, formas, necesidades de la comunicación en la actualidad. Cuando comunicamos, ¿comunicamos o anunciamos? ¿Qué anunciamos? ¿anunciamos un Evangelio vivo?
Ya preguntarse si anunciamos el Evangelio en nuestro día a día con cada palabra que sale de nuestra boca, con cada publicación que hacemos en las redes etc., llama a una profunda reflexión. Hoy en día es habitual que solo compartamos lo que hacemos, como los «influencers» que hacen público su día a día; pero anunciar el Evangelio conlleva mucho mas que publicar las actividades parroquiales. Es saber con que público estoy tratando, conocerlo; como los padres que buscan lo mejor para sus hijos y van encontrando diferentes maneras de enseñarle el camino de la Fe, del mismo modo funciona para el comunicador que anuncia el Evangelio. Es un referente, es por quien pasa la Palabra y es vista, es observado, juzgado por los consumidores y a su vez, el comunicador es imagen visible de la Iglesia. Esto nos exige una responsabilidad que muchas veces cae en la tibieza de compartir y compartir noticias así sin más, cuando anunciar el Evangelio, insisto, conlleva mucho más… sobre todo una vida llena de oración. Nuestro anuncio es fruto de la oración, es fruto de nuestra escucha atenta al anuncio que recibimos cada día en la meditación de la Palabra, de ahí que el «HAGASE» de María, debe encarnarse en nosotros y conducirnos a llevar esa «buena noticia» a mis hermanos. Solo cuando nuestro rol de comunicadores esta enraizada en esa escucha, es cuando empieza a producir frutos, pues al recibir «vida en abundancia» (Jn 10,10), esa abundancia se desparrama, muchas veces, sin darnos cuenta, y se desparrama porque rebalsa en nuestro corazón y da pie al circuito de la belleza: mi corazón vacío va a la oración, se llena de la escucha atenta, recibe la abundancia de la palabra, la comparte con los demás, vuelve a quedar vacío, vuelve a alimentarse de la fuente: la oración… y así el sentido de la Belleza del Anuncio se hace infinito y en el infinito el Misterio de Dios nos envuelve, la sorpresa de su grandeza nos hace pequeños cada día, y quedamos derretidos de Amor y esa vivencia es testimonio que indefectiblemente llega a «nuestros seguidores» como un llamado al seguimiento del único «influencer»: nuestro Señor Jesucristo.