«Con un triduo, que se iniciará este viernes, sábado y domingo, recordaremos la vida y la obra de padre Tarcisio Rubín, vamos a finalizar con la misa, que se oficiará el lunes, en el cementerio Cristo Rey de San Pedro, lugar donde descansan sus restos», expresó el párroco Jorge García Méndez, al dar detalles sobre la recordación que vivirá, no sólo la congregación scalabriniana, sino comunidades de distintas provincias del país, al conmemorarse hoy, 41 años del fallecimiento del misionero migrante padre Tarcisio Rubín. Cabe recordar que el proceso de beatificación del querido misionero, se encuentra en plena etapa de ejecución para lo cual, se continúa recabando testimonios y los numerosos milagros que obró el padre Tarcisio.
En otro tramo manifestó que Rubín vivió plenamente la oración desde el silencio, confiando siempre en Dios y en su vida, nos enseñó a orar desde la biblia.
Desde siempre, las comunidades jujeñas que compartieron un tiempo de vida con el padre Tarcisio Rubín, lo definieron como un santo. Aseguraban que el misionero irradiaba santidad, no sólo en sus palabras, sino en la humildad de sus actos, en la entrega sin límite en su servicio a los pobres. Nunca esperó que los pobres llegaran a él, porque él mismo salía a buscarlos. Para muchos trabajadores golondrinas, padre Tarcisio fue la más fiel compañía. Terminaba la zafra en el norte y los seguía a la cosecha de tabaco, de la uva en Mendoza, de la manzana en Río Negro, en las minas. Recorría miles de kilómetros para encontrarlos y atenderlos, no sólo espiritualmente, sino, mientras trabajaban, era él quien le preparaba el almuerzo para sus hijos, que durante la zafra, aguardaban, por aquel tiempo, bajo la sombra de los árboles.
El padre Tarcisio Rubín, nació el 6 de mayo de 1929 en el pueblo de Loreggia, provincia de Padua, Italia. Fue ordenado sacerdote, el 21 de marzo de 1953, en la Catedral de la Piacenza. Llegó a la Argentina el 9 de abril de 1974.
En 1975, Dios guió sus pasos hacia el norte argentino. Fue figura preponderante en el establecimiento y organización de los misioneros scalabrinianos en la ciudad de San Pedro de Jujuy, desde donde se canalizaron las actividades tendientes a la atención de los migrantes de toda la zona.
A fines de septiembre de 1983, el misionero cayó gravemente enfermo y fue derivado a un centro especializado en Córdoba. Pero desoyendo a toda prescripción médica, cumplió el que sería su último sueño, volver a Jujuy. Al llegar a San Pedro, se dirigió a Libertador General San Martín, pero decidió seguir hasta la localidad de San Francisco en el departamento de Valle Grande. Al llegar, pidió a la comunidad que preparara todo para la fiesta patronal del día siguiente y decidió subir los cerros para a visitar las familias de Alto Calilegua.
Nunca se rendía ante los desafíos, ni siquiera en vísperas de su partida definitiva. El 2 de octubre, la directora y un grupo de niños de la escuelita de Alto Calilegua fueron a recibirlo a la entrada del pueblo. Luego de celebrar la misa a las 21, se retiró a orar a la capilla. Al día siguiente, el 3 de octubre de 1983, los niños encontraron su cuerpo sin vida, tendido frente al altar.
Fue difícil el descenso, algunos hombres hicieron una angarilla donde colocaron el cuerpo para bajarlo desde el alto. Luego, los sacerdotes, al tomar conocimiento, realizaron las gestiones para su arribo a San Pedro de Jujuy, donde fue despedido por sacerdotes que llegaron de distintas partes del mundo. Sus restos fueron depositados en la parte lateral del altar de la capilla del cementerio Cristo Rey.
La imagen del misionero sigue siempre presente en la mente y en el corazón de las comunidades, que rezan para que pronto sea beatificado.