Misa Crismal y Jubileo Sacerdotal y de la Vida Consagrada: una celebración de fe, esperanza y misión
En un clima de profunda espiritualidad, la Diócesis de Jujuy celebró este Miércoles Santo la Misa Crismal y el Jubileo Sacerdotal y de la Vida Consagrada en el Santuario de Nuestra Señora del Rosario, de Río Blanco y Paypaya, corazón espiritual del pueblo jujeño.
La jornada comenzó con una peregrinación a pie desde la rotonda de ingreso a Río Blanco, encabezada por el Obispo diocesano, Monseñor César Daniel Fernández.
Al llegar al Santuario, y como gesto propio del Año Jubilar de la Esperanza, los sacerdotes, consagrados y el pueblo fiel atravesaron la Puerta Santa, signo de conversión y reconciliación, recibieron una bendición, y elevaron oraciones especiales ante la imagen de la Patrona de Jujuy, implorando gracias para su vocación y misión.
Una misa que reúne a toda la Iglesia diocesana
Luego se ofició la Misa Crismal en el templete del Santuario, donde se realizó la solemne bendición de los óleos sagrados (el Óleo de los Catecúmenos, el Óleo de los Enfermos y el Santo Crisma), elementos esenciales para la vida sacramental de la Iglesia.
Al inicio de la celebración, se recordó con alegría y gratitud a quienes celebran aniversarios jubilares: los padres Gustavo Leiva, Ariel Paredes García y Alfredo Cáceres, que cumplen Bodas de Plata Sacerdotales, y el padre Germán Maccagno, que celebra sus Bodas de Oro. Algunos de ellos portaron solemnemente las imágenes de San Salvador y de la Virgen de Río Blanco, que presidieron toda la ceremonia.
En un gesto profundamente significativo, se llevó a cabo también la renovación de las promesas sacerdotales, junto con las promesas de los consagrados, y la renovación de las promesas bautismales por parte de los laicos presentes, expresando así la comunión de todo el Pueblo de Dios.
Palabras que animan y despiertan
Durante su homilía, Monseñor Fernández destacó que la Misa Crismal se celebra a las puertas del Triduo Pascual, y cobra especial relevancia dentro del Jubileo de la Esperanza, ya que nos invita a ser testigos vivos del Evangelio. Subrayó que el Espíritu Santo es el alma de la misión, tanto de Jesús como de su Iglesia, y que “en este caminar misionero, se nos pide ser testigos de esperanza en medio de nuestro mundo, en este nuestro tiempo, en este nuestro lugar”.
Con un llamado comprometido, el obispo advirtió sobre el dolor y el sufrimiento cotidiano que viven muchos hermanos: “Innumerables personas están oprimidas por las injusticias, la marginación y la exclusión social. Son víctimas de un sistema que les impide vivir con dignidad. Los más pobres entre los pobres nos interpelan”.
Y añadió: “Estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza con la luz de nuestra fe. A veces alcanza con una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha atenta o un servicio gratuito al prójimo”.
Una comunidad que camina unida
La jornada fue, sin duda, una expresión de Iglesia viva y peregrina, que camina unida como pueblo de Dios, reconociendo y agradeciendo el don de las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada.
Al finalizar, Monseñor Fernández invitó a todos los presentes a vivir con intensidad los días santos y a pedir con humildad que “este Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza, y de tener un encuentro vivo y personal con el Señor Jesús”.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DADA POR MONSEÑOR FERNÁNDEZ:
Queridos hermanos y hermanas:
En esta tarde estamos celebrando como Iglesia de Jujuy esta Santa Misa Crismal a las puertas del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Lo hacemos con particular alegría este año en el marco del Jubileo de la Esperanza 2025.
La jornada de esta tarde ha comenzado con la peregrinación de los sacerdotes y consagrados a este Santuario de nuestra Madre del Rosario de Río Blanco y Paypaya para vivir esta celebración jubilar.
Como nos enseña la Iglesia, la Misa Crismal, es “expresión de la comunión que existe entre los presbíteros y su Obispo y de la estrecha unidad de todos los presbíteros con él”. Como signo destacado el Obispo consagra los oleos sagrados que se utilizan en la administración de los sacramentos y también los sacerdotes renuevan ante el Obispo y el Santo Pueblo de Dios los compromisos contraídos el día de la ordenación sacerdotal. De igual modo invitaremos también a los consagrados y consagradas a renovar sus votos y también invitaremos a todos los fieles laicos a renovar la gracia del Bautismo y de la Confirmación como discípulos misioneros del Evangelio.
En la lectura del Evangelio que cada año se proclama en esta Misa y que acabamos de escuchar, Jesús comienza su predicación pública, citando al profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí”.
El Espíritu Santo es el animador de la misión salvífica de Jesús, el Mesías. Es sobre todo el evangelista san Lucas quien, tanto en su Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, nos enseña que el Espíritu Santo anima tanto la misión de Jesús como – en continuidad – anima la misión de la Iglesia. Es la misma misión salvadora del Señor Jesús, que luego de su Ascensión y sobre todo en Pentecostés, va a hacerse misión de la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
En ese caminar misionero de la Iglesia se nos pide hoy “ser testigos de esperanza” en medio de nuestro mundo de hoy.
Como Jesús, la Iglesia debe ir a los cruces de los caminos para dar razón de la esperanza que tenemos puesta en Cristo, llevando buenas noticias a los pobres que tienen que saber y experimentar que son los preferidos del Señor porque el mismo Señor se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.
Esta proclama del jubileo de la esperanza nos debe animar como a Jesús a “anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos” … ¡Cuánto dolor y sufrimiento experimentamos a diario a nuestro alrededor! Innumerables hermanos nuestros se hallan oprimidos a causa de las injusticias, la marginación y la exclusión social que les hace imposible vivir con dignidad. Las víctimas de este sistema son los más pobres entre los pobres, los descartados que no tienen acceso a la tierra ni al techo ni al trabajo. Por ello el Papa Francisco nos dice que en este Año jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria.
Es necesario que la comunidad cristiana esté siempre dispuesta a defender el derecho de los más débiles. Que generosamente abra de par en par sus acogedoras puertas, para que a nadie le falte nunca la esperanza de una vida mejor. Que resuene en nuestros corazones la Palabra del Señor que, en la parábola del juicio final, dijo: «tenía hambre y sed y me dieron de comer y de beber, estaba desnudo y me vistieron, estaba de paso, y me alojaron, enfermo y preso y vinieron a visitarme», porque «cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,35.40).
Sí, necesitamos que “sobreabunde la esperanza” (cf. Rm 15,13) para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar, aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe.
El Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en nosotros la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana que anunciamos, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino: «¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? […] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» ( Rm 8,35.37-39).
He aquí porqué esta esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida.
Esta esperanza nos orienta siempre hacia adelante, impide que nos estanquemos en el presente o que con nostalgia nos refugiemos en el pasado.
El entretejido de esperanza y paciencia muestra claramente cómo la vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús. Sí, finalmente la esperanza nos mueve hacia adelante y nos tracciona al encuentro con el Resucitado. Por eso, como nos invita Francisco,”pidamos al Señor la gracia de no vacilar cuando el Espíritu nos reclame que demos un paso adelante, pidamos el valor apostólico de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer de nuestra vida cristiana (y de nuestra Iglesia) un museo de recuerdos. En todo caso, dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia en la clave de Jesús resucitado. De ese modo la Iglesia, en lugar de estancarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas del Señor”.
A nosotros sacerdotes y consagrados, que hoy queremos renovarnos en la esperanza que no defrauda y acoger en nuestro corazón la gracia del jubileo que se derrama cuando nos instalamos en una permanente conversión, nos estimulan de modo especial las palabras del Papa Francisco, cuando nos invita a ser signos claros del Amor de Dios en el mundo:
Nos moviliza el ejemplo de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante.
En este año santo jubilar pidamos al Señor que el Jubileo sea para todos nosotros “ocasión de reavivar la esperanza. Que pueda ser un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10,7.9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tm 1,1).
Que así sea.