EL 6 DE AGOSTO ES PARA LOS JUJEÑOS UN DÍA MUY ESPECIAL.
JUJUY FUE FUNDADA UN LUNES DE PASCUA, EL 19 DE ABRIL DE 1593 Y POR ESO LLEVA EL NOMBRE DEL SSMO. SALVADOR.
LA FIESTA SE LLEVÓ A CABO POR LA TARDE.
A LAS 17 HS SALIÓ LA PROCESIÓN DE LA CUAL PARTICIPÓ GRAN CANTIDAD DE FIELES Y LAS AUTORIDADES PROVINCIALES, EL GOBERNADOR CARLOS SADIR , EL INTENDENTE RAÚL JORGE Y LEGISLADORES PROVINCIALES, MINISTROS Y AUTORIDADES .
LOS SACERDOTES DE LA CIUDAD CONCELEBRARON LA SANTA MISA EN LA CUAL TAMBIÉN SE DIO GRACIAS POR LOS 50 AÑOS DE SACERDOTE DEL P. GERMAN MACCAGNO.
AL FINALIZAR LA MISA EL OBISPO REALIZÓ EL ENVÍO DE DOS MISIONEROS, EL MATRIMONIO DE PAOLA Y JOSÉ, QUE SON ENVIADOS A LA AMAZONIA PERUANA, AL VICARIATO DE PUERTO MALDONADO, EN DONDE LA IGLESIA ARGENTINA TIENE A SU CARGO UNA PARROQUIA.
EN LA HOMILÍA EL OBISPO HIZO REFERENCIA A ESTOS ACONTECIMIENTOS Y REMARCÓ QUE CRISTO ES LA LUZ QUE ILUMINA PERMANENTEMENTE NUESTRO CAMINO.
FUE UNA FIESTA REALMENTE GRANDIOSA, EN DONDE EL PUEBLO DE DIOS RENOVÓ SU FE Y SU AMOR AL SSMO. SALVADOR.
AQUÍ LA HOMILÍA DEL OBISPO:
Queridos hermanos:
Estamos viviendo esta hermosa fiesta de nuestra Iglesia diocesana. Al honrar hoy al Santísimo Salvador, nuestro Patrono, lo hacemos junto con toda la Iglesia que celebra en su liturgia la fiesta de la Transfiguración del Señor.
Unimos a esta Eucaristía la acción de gracias de esta Iglesia jujeña por los 50 años de la ordenación sacerdotal del padre Germán Maccagno que se cumplen en este día de hoy. A la par que damos gracias a Dios por tanto bien realizado en este tiempo prolongado, pedimos al Señor que lo bendiga y fortalezca para seguir siendo entre nosotros promotor de la fe, testigo de esperanza y constructor de la unidad en el amor. Que sea por muchos, santos y felices años.
La lectura del Evangelio que acabamos de escuchar nos invita a la contemplación del misterio de nuestro Salvador Jesucristo. Si nos metemos nosotros mismos dentro de la escena evangélica, escucharemos al Señor que también a nosotros nos invita a peregrinar con El a las alturas. Ahí junto a Pedro, Santiago y Juan, podremos contemplar a Jesús en toda su belleza, y escuchar la voz de Dios Padre que hoy se pronuncia con particular cariño.
Jesucristo nos descubre su gloria. Se nos aparece como una luz resplandeciente. Él es la luz que “viniendo a este mundo ilumina a todo hombre” (Jn.1, 9).
La Iglesia encuentra su misión desde la contemplación del rostro crucificado y glorioso de Cristo. Al comienzo de este tercer milenio el Papa San Juan Pablo II nos decía: ¿No es quizá el cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer su rosto ante las generaciones del nuevo milenio? (NMI 16). La Iglesia es como la luna, que no brilla por sí misma, por su propia luminosidad, sino que toda la luz la recibe de la gloria de Cristo que ilumina nuestra vida y nuestra misión.
Por eso, como Iglesia diocesana queremos hoy y siempre volvernos hacia Jesucristo, Siervo de Dios y Señor de la gloria para cumplir nuestra misión.
La Iglesia toda y esta Iglesia particular de Jujuy, no tienen otra riqueza que ofrecer a los hombres y a la sociedad: nuestra riqueza es Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, Rostro humano de Dios y rostro divino del hombre. A Él, junto con el Apóstol Pedro queremos confesarlo como “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt.16.16).
Desde esta fe queremos cumplir nuestra misión como Iglesia al servicio de la vida de la fe y de la evangelización. Desde esta fe queremos también servir a la dignidad y la dignificación del hombre. Como lo ha hecho la Iglesia desde siempre, uniendo lo divino y lo humano, el Evangelio y la vida digna y plena para todos. Porque la vida que nos trae Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia humana en su dimensión personal, familiar, social y cultural.
En este año 2025 la celebración del Santísimo Salvador tiene un particular significado. En primer lugar, porque la vivimos en el corazón de este año jubilar que nos llama a ser “peregrinos de esperanza”. El Papa Francisco al convocar al Jubileo deseaba “Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10,7.9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tm 1,1).
En este sentido, este año, en la Misión Diocesana que hemos vivido todos como bautizados en esta Iglesia de Jujuy, quisimos ayudar a nuestros hermanos a reavivar nuestra esperanza. Y nos volcamos a prodigar ánimo y fortaleza a quienes más lo necesitan: los pobres y los enfermos, los privados de libertad y los esclavizados por las adicciones, los enfermos, ancianos y aquellos que sufren soledad y desamparo.
Nos enseñaba el Papa Francisco que “la esperanza, junto con la fe y la caridad, forman el tríptico de las “virtudes teologales”, que expresan la esencia de la vida cristiana (cf. 1 Co 13,13; 1 Ts 1,3). En su dinamismo inseparable, la esperanza es la que, por así decirlo, señala la orientación, indica la dirección y la finalidad de la existencia cristiana. Por eso el apóstol Pablo nos invita a “alegrarnos en la esperanza, a ser pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” (cf. Rm 12,12). Sí, necesitamos que “sobreabunde la esperanza” (cf. Rm 15,13) para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe.
Para cumplir ese cometido, profundizaremos nuestra condición de “peregrinos de esperanza” en los distintos jubileos y peregrinaciones al Santuario de nuestra Madre de Río Blanco durante los meses de setiembre, octubre y noviembre.
Otro hecho de particular relevancia en este año es el envío misionero que haremos al finalizar esta celebración, de un matrimonio jujeño: Paola y José, como misioneros para prestar por dos años un servicio en la misión que tiene la Iglesia Argentina en el Vicariato de Puerto Maldonado, en el corazón de la Amazonía Peruana.
Además de agradecer a Dios por la disponibilidad de estos hermanos nuestros al servicio de la misión “más allá de las fronteras” de nuestra Diócesis y de nuestra Patria, este acontecimiento nos tiene que interpelar a todos nosotros, creyentes bautizados, a dar testimonio de nuestra fe allí donde Dios nos sembró para que venga a nosotros Su Reino “de justicia, de amor y de paz”.
Los Obispos latinoamericanos nos recordaban en Aparecida que “En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo. La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión (cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43). La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. (DA 28-29)
Queridos hermanos todos: Levantemos nuevamente nuestra mirada al Santísimo Salvador. Como “ayer, hoy y siempre” Jesucristo es el mismo. Un rostro a contemplar. Un Nombre que anunciar. Una vida plena que ofrecer. Una presencia a hacer visible en nuestras celebraciones y fiestas populares. Una cercanía misericordiosa junto a los pobres, enfermos y pecadores. Una esperanza que anunciar. Y todo un mundo nuevo a construir cada día, allí donde haya espacio para el Amor.
Estos son mis sueños y mis deseos, como –seguramente – también los de todos ustedes. Son los sueños de Paola y de José y de tantos misioneros que en el mundo entero con el Evangelio y la Cruz de Jesús llevan la amistad divina a todos los hambrientos de Dios. Se los confío al Santísimo Salvador y a nuestra Señora del Rosario de Rio Blanco y Paypaya.