EN LAS INSTALACIONES DEL COLEGIO DEL SALVADOR, A LAS 19 HS DEL DÍA MIÉRCOLES SANTO EL OBISPO DE JUJUY PRESIDIÓ LA MISA CRISMAL.
PARTICIPARON TODOS LOS SACERDOTES DE LA DIÒCESIS EN UNA EMOCIONANTE CELEBRACIÓN.
EL OBISPO EN SU HOMILÍA, VISIBLEMENTE EMOCIONADO, EVOCÓ LOS 90 AÑOS DE LA DIÓCESIS Y EXHORTÓ A TODOS A SALIR A LAS PERIFERIAS, MOTIVANDO LA MISIÓN DIOCESANA QUE SE REALIZARÁ EN EL MES DE JULIO.
DESPUÉS DE LA BENDICIÓN Y CONSAGRACIÓN DE LOS OLEOS LA MISA PROSIGUIÓ CON LAS OFRENDAS LLEVADAS POR MIEMBROS DE FAMILIAS DE LAS COMUNIDADES.
AL FINAL SE ESCUCHÓ EL SALVE REGINA ENTONADO EMOCIONADAMENTE POR TODOS LOS SACERDOTES, CONSAGRÁNDOSE ASÍ A LA VIRGEN.
AQUÍ LA HOMILÍA DEL OBISPO
MISA CRISMAL 2024
Queridos hermanos y hermanas:
Con gran alegría estamos celebrando como Iglesia particular de Jujuy esta Santa Misa Crismal a las puertas del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Como nos enseña la Iglesia, esta celebración, es “expresión de la comunión que existe entre los presbíteros y su Obispo y de la estrecha unidad de todos los presbíteros con él”. Como signo destacado el Obispo consagra los oleos sagrados que se utilizan en la administración de los sacramentos y también los sacerdotes renuevan ante el Obispo y el Santo Pueblo de Dios los compromisos contraídos el día de la ordenación sacerdotal. Hoy invitaremos también a los consagrados y consagradas a renovar sus votos y también invitaremos a todos los fieles laicos a renovar la gracia del Bautismo y de la Confirmación como discípulos misioneros del Evangelio.
En la lectura del Evangelio que cada año se proclama en esta Misa y que acabamos de escuchar, Jesús comienza su predicación pública, citando al profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí”.
El Espíritu Santo es el animador de la misión salvífica de Jesús, el Mesías. Es sobre todo el evangelista san Lucas quien, tanto en su Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, nos enseña que el Espíritu Santo anima tanto la misión de Jesús como – en continuidad- anima la misión de la Iglesia. Es la misma misión salvadora del Señor Jesús, que luego de su Ascensión y sobre todo en Pentecostés, va a hacerse misión de la Iglesia hasta el fin de los tiempos
Así es cómo se realiza también hoy, entre nosotros, el misterio de la presencia del Espíritu. Primero porque sobre todos nosotros, bautizados, se ha derramado el Espíritu de Dios y nos ha hecho su Templo y todos bebemos de un mismo Espíritu y en segundo lugar, porque es Él quien renueva la presencia de Jesús hoy, porque estamos reunidos en su Nombre. Él nos ha reunido, Él nos ilumina y nos fortalece.
A nosotros, los sacerdotes, el Santo Crisma que vamos a consagrar en unos momentos nos recuerda que somos de Cristo. Somos ministros y constituidos por Él para que los hermanos, que también pertenecen a Cristo, sean, en su vida, miembros vivos de Cristo.
Entonces, en esta Iglesia sinodal en estado de misión, nos hacemos cargo de la misión que encarna el Señor Jesús y que luego se hace misión de la Iglesia: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.
Como Jesús, la Iglesia debe ir a los cruces de los caminos a llevar buenas noticias a los pobres que tienen que saber y experimentar que son los preferidos del Señor porque el mismo Señor se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Así lo entendió la pequeña y pobre María cuando cantó las misericordias del Señor que había mirado la humildad, la pequeñez de su servidora. Así lo entiende también nuestro pueblo pobre y sencillo cuando pide la gracias del Bautismo para los hijos, cuando celebra gozoso la fiesta patronal de su capilla o emprende con entusiasmo la peregrinación a un santuario y se hace pueblo con los demás, que llevan a Dios la ofrenda más hermosa que tienen que es el tesoro de su fe.
El envío misionero de la Iglesia, es decir, de todos nosotros, es para “anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos”… ¡Cuánto dolor y sufrimiento experimentamos a diario a nuestro alrededor! Innumerables hermanos nuestros se hallan oprimidos a causa de las injusticias, la marginación y la exclusión social que les hace imposible vivir con dignidad. Las víctimas de este sistema son los más pobres entre los pobres, los descartados que no tienen acceso a la tierra ni al techo ni al trabajo.
Junto a estas miserias y esclavitudes no podemos dejar de mirar el paisaje desolador que nos presenta – sobre todo en muchos de nuestros jóvenes – la esclavitud de las drogas y de otras adicciones que poco a poco destruyen su humanidad y los llevan por un camino de difícil retorno y de mayor exclusión familiar y social.
Mucho más podríamos decir de la realidad que tenemos hoy delante: no es posible abordarlo en pocos minutos, pero todos nosotros lo tenemos muy presente porque es nuestro mundo, nuestro entorno, es nuestra familia herida, son nuestros changos heridos, es nuestra sociedad, nuestra patria herida, dividida, amenazada hasta la muerte…
Nos paramos frente a ello – como Jesús en la sinagoga – para anunciar liberación de las opresiones, sanación, una mirada nueva, tiempo de gracia del Señor.
La misión diocesana que vamos a emprender en julio – no para realizarla solamente en una semana – sino para que sea inspiradora de toda nuestra vida eclesial, la emprenderemos nosotros también sintiendo el impulso del Espíritu que nos lleva a estas periferias donde el hombre está más herido.
Nos viene bien para lanzarnos a esta misión que queremos emprender todos los bautizados, meditar lo que nos dice el Papa Francisco: Necesitamos el empuje del Espíritu para no ser paralizados por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarnos a caminar solo dentro de confines seguros. Recordemos que lo que está cerrado termina oliendo a humedad y enfermándonos. Cuando los Apóstoles sintieron la tentación de dejarse paralizar por los temores y peligros, se pusieron a orar juntos pidiendo la parresía: «Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía» (Hch 4,29). Y la respuesta fue que «al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios» (Hch 4,31).
Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras. Nos lleva allí donde está la humanidad más herida y donde los seres humanos, por debajo de la apariencia de la superficialidad y el conformismo, siguen buscando la respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. ¡Dios no tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no le teme a las periferias. Él mismo se hizo periferia (cf. Flp 2,6-8; Jn 1,14). Por eso, si nos atrevemos a llegar a las periferias, allí lo encontraremos, él ya estará allí.
El proceso sinodal en el que nos puso el Papa Francisco tiene precisamente este objetivo: ponernos en marcha juntos, en una escucha recíproca, compartiendo ideas y proyectos, para mostrar el verdadero rostro de la Iglesia: una «casa» hospitalaria, de puertas abiertas, habitada por el Señor y animada por relaciones fraternas.
Sigue diciendo el Papa Francisco: Nos moviliza el ejemplo de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante.
En este camino sinodal que estamos recorriendo y en este proyecto de la misión diocesana de julio, que queremos regalar a nuestra Diócesis con motivo de los 90 años de su creación…como nos invita Francisco, ”pidamos al Señor la gracia de no vacilar cuando el Espíritu nos reclame que demos un paso adelante, pidamos el valor apostólico de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer de nuestra vida cristiana (y de nuestra Iglesia) un museo de recuerdos. En todo caso, dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia en la clave de Jesús resucitado. De ese modo la Iglesia, en lugar de estancarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas del Señor”. Que así sea.