CON EL DISCURSO DE MONS. OJEA COMENZÓ LA SEMANA SOCIAL EN EL ANIVERSARIO DE LOS 40 AÑOS DE DEMOCRACIA EN EL PAÍS
AQUÍ LAS PALABRAS DE MONS. OJEA
Semana Social 2023
Palabras de Monseñor Oscar Ojea en el Acto de Apertura
Siendo Arzobispo de Buenos Aires, el Papa Francisco en la Jornada de Pastoral Social del año 2009, recitó un verso de Jorge Dragone que nos habla de la muerte de la Patria, cuyo velorio se realiza simbólicamente en una escuela. Se los leo:
“Era una Patria casi adolescente, era una niña apenas.
La velamos muy pocos, un grupito de chicos de la escuela.
Para la mayoría de la gente era un día cualquiera.
Pusimos sobre el blanco guardapolvo las renegridas trenzas.
La Virgen de Luján y una redonda y azul escarapela.
Unos hombres muy sabios opinaban:
“Fue mejor que muriera”
Era solo una Patria nos decía la gente de la aldea.
Pero estábamos tristes, esa Patria era la Patria nuestra,
Es muy triste ser huérfano de Patria
Luego nos dimos cuenta”.
Es muy triste ser huérfano de Patria.
Hoy nos cuesta hablar de Patria, preferimos hablar de país o de nación. Sin embargo el termino país se refiere más bien al lugar geográfico que habitamos, la palabra nación se refiere más bien al consenso legal acatado por ciudadanos que pactan y consensuan una constitución, una ley. La patria en cambio es la madre, es la raíz.
Si se mutila el país, la soberanía se puede recuperar. Si se mutila la nación también se puede restablecer un nuevo consenso. Pero si se pierde y se mutila la Patria, nos quedamos huérfanos. Huérfanos de Patria, huérfanos de raíz, nuestra vida comunitaria, es decir nuestra vida como pueblo carece de sentido y de proyecto, esta desdibujada, sin raíces. Esto es no pertenecer, no tener identidad.
La primera tarea en la que debemos empeñarnos es recuperar la pertenencia a la Patria. Buscar aquellas luces profundas que están en nuestras raíces para poder recuperar sentido y construir juntos una comunidad que defienda la vida y el interés de todos, no dejando a nadie afuera.
Para esto, debemos aprender a valorar el ejemplo de tantos hermanos y hermanas argentinas que en tantas situaciones dolorosas como por ejemplo lo fue la pandemia se pusieron la Patria al hombro, dándonos una lección de solidaridad y de capacidad de servicio concreto al Bien Común. Nuestra vida estuvo sostenida por una red de trabajadores que han corrido serios riesgos por su entrega valiente y generosa. Parecería que este tipo de riqueza, de humanidad, se ha vuelto invisible a nuestra mirada.
Sabemos que, para hallar el origen de nuestros desencuentros, divisiones y luchas internas como argentinos, hay que remontarse al origen mismo de nuestra historia como nación.
Seria largo hablar de nuestros crónicos desencuentros de dos siglos. Sin embargo, existen momentos históricos que hacen salir a la luz con mayor claridad estas divisiones y luchas y también el esfuerzo por resolverlas.
La recuperación de la democracia de hace cuarenta años fue el intento de salir de un túnel muy sombrío en el que estábamos sumergidos. Las vísperas de la recuperación de la democracia nos retrotrae a uno de los periodos más oscuros de nuestra historia.
El desprecio por la vida tuvo en ese tiempo distintas manifestaciones que llegaron a su culminación por la experiencia del terrorismo de Estado, que adueñándose de la vida de otros seres humanos que compartían el mismo suelo, instalo en el país una verdadera anomia moral. Nadie se hacía responsable de la muerte de tantos hermanos y hermanas.
La conducta de la clase dirigente en una Nación es ejemplar para el resto de la población. El espíritu de no hacerse cargo de nada ni de nadie ha dejado una marca profunda entre nosotros, acentuando un individualismo salvaje que desalienta y quita las motivaciones profundas para la construcción de un destino común y para sentirnos parte de una comunidad.
En medio de este panorama lleno de tinieblas el comienzo del periodo democrático de hace 40 años quiso llevar al país a crear un ámbito social de respeto por los derechos humanos y las libertades cívicas e individuales.
Como nos enseña el Documento de los Obispos “Iglesia y Comunidad Nacional” del 9 de mayo de 1981, los argentinos volvimos a tomar consciencia gradual de “la soberanía del pueblo que consiste en el derecho mismo a ser artífice de su propio destino, esta soberanía consiste en el derecho y en el deber de constituirse y organizarse como Estado Nacional, de darse las instituciones básicas y fundamentales de funcionamiento y de elegir libremente…” (Nº 104)
Pareció que entrabamos en una nueva etapa en el funcionamiento pleno de los tres poderes de Estado y en el respeto por la diversidad de pensamientos y sensibilidades.
Sin embargo, tenemos enormes deudas en nuestra convivencia social, deberemos recorrer un largo camino para encontrar una identidad propia como Pueblo.
No hemos aprendido en estos años a escucharnos.
Escuchar es algo decisivo por ser una de las necesidades mayores que experimenta el ser humano, el deseo ilimitado de ser escuchado. No debemos predeterminar lo que vamos a oír. De alguna manera estamos indefensos ante su llegada. Solamente no queriendo escuchar o haciéndonos los sordos sería posible evitar la escucha.
Para escuchar bien, tengo que hacer un cierto vacío dentro de mí mismo y disponerme a recibir para acoger lo que dice el otro sin escucharme a mí mismo. Sin deformar lo que me dice. Sin pretender poseer y controlar. Nosotros estamos acostumbrados a escuchar lo que queremos oír. A escuchar solo lo que confirma nuestros pensamientos y nuestras emociones, esto nos pasa frecuentemente cuando escuchamos algunos medios de comunicación y no otros, lo que nos detiene puramente en un pensamiento emocional. Escuchamos solo a aquellos con quienes tenemos afinidad y nos cerramos a otras voces.
No hay escucha sin esperanza. Sin aguardar algo del otro a quien escucho. Y este paso es fundamental para poder dialogar. Sin escucha no hay dialogo posible.
En el capítulo V de la Encíclica Laudato Si el Papa nos habla con claridad en el número 182 de la necesidad de dialogo y transparencia en los procesos de toma de decisión para prevenir el impacto ambiental y social, de los emprendimientos y proyectos, que requieren la escucha atenta de la población afectada que debe ser consultada.
Todo dialogo comienza por una escucha. Es imprescindible escuchar a aquellas comunidades, en particular a la de los Pueblos Originarios, que van a ser afectadas por las extracciones mineras en los próximos tiempos. Y esta escucha no debe ser apresurada sino paciente.
La escucha más comprometida es la que me permite oír el grito del pobre, el clamor de una necesidad ya que guardo el temor de que me desestructure, de que no tenga respuesta. Sin embargo, el solo hecho de escuchar y darle lugar, me ayuda a poder caminar para encontrar salidas.
Tampoco hemos podido en estos últimos años lograr la paz social. La tentación de la violencia como lo hemos visto en este último tiempo, se va adueñando de nuestro corazón y de nuestras palabras. Es muy claro que la violencia comienza en el corazón de los seres humanos, se refleja en las palabras y luego pasa a la acción (Anécdota de Dock Sud).
Cuando tenemos responsabilidades de gobierno, responsabilidades de dirigencia, debemos tener un cuidado extremo por lo que nuestra palabra puede provocar ya que no puede estar dirigida a la búsqueda del aplauso fácil entre aquellos que coinciden conmigo, sino en el auténtico servicio al bien común.
Mar del Plata, sábado 30 de junio de 2023.
✞ Mons. Oscar Ojea
Obispo de San Isidro
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina